LUCES PARA LA CONSTITUCIÓN

Luces para la Constitución

Hanan Serroukh: "Aceptar el hiyab en la escuela es dar legitimidad al islamismo"

Haber sufrido los rigores del salafismo marcó la trayectoria de esta catalana, educadora social y activista contra el radicalismo islamista. En España, dice, los políticos se han desentendido de la población musulmana y la han dejado en manos de organizaciones que construyen sociedades paralelas

Hanan Serroukh: "Aceptar el hiyab en la escuela es dar legitimidad al islamismo"
Gorka LoinazAraba Press
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Rebrota la polémica del hiyab en los colegios. En España no hay una regulación estatal. ¿Cree que debería prohibirse por ley, como en Francia?
Antes que nada, hay que tener claro qué es el hiyab. No es un símbolo religioso ni identitario, sino un instrumento político del islamismo para penetrar en todos los ámbitos de la sociedad. Y las aulas de las democracias occidentales son uno de sus principales objetivos. Por esta razón, sí soy partidaria de prohibir el hiyab en la escuela, porque aceptarlo es dar autoridad educativa al islamismo y legitimar un orden contrario a los valores que nos unen. Si, como adulta, de manera consciente, quieres llevar hiyab, es cosa tuya, pero las niñas que se cubren están sometidas y anuladas, e impedirlo es la forma de garantizar su derecho a crecer libremente y en igualdad. Nos falta un debate responsable sobre qué supone la presencia del hiyab y abordar el otro hiyab que no se ve, el hiyab moral, que está condicionando el día a día de miles de mujeres y de niñas que no son dueñas de sus vidas.
Muchas chicas han asumido que el hiyab es parte de su identidad.
Claro. Si no puedes con ellos, únete. El blanqueamiento del hiyab deja sin argumentos a las jóvenes que no quieren someterse a esa cárcel: si está presente en la comunidad, si lo apoya un ayuntamiento, si lo lleva una diputada, ¿quién eres tú para negarte a usarlo? Es lo contrario de lo que sucede en Marruecos, Argelia o Irán, donde hay una lucha intelectual y social en contra de la imposición del hiyab. Aquí, en cambio, tenemos unos dirigentes políticos que se han desentendido de una parte de la población. ¿Por qué a una niña que se llama Fátima tienes que dejarla en manos de un centro islámico que le da cursos de henna cuando ella quiere ser astronauta o química? ¿Por qué crees que defiendes la diversidad social presentando el hiyab como una prenda cultural o religiosa, cuando no es así? En los años 60 y 70, las marroquíes o las argelinas no eran menos musulmanas y no iban cubiertas. El velo no es parte de la identidad cultural del Magreb, y mucho menos esas abayas que vemos, que son símbolos del salafismo.
Me vienen a la cabeza el Ayuntamiento de Balaguer (Lleida), en manos de ERC, queriendo celebrar el día del hiyab; o las arengas de una sindicalista estudiantil a favor del velo, o el silencio de Podemos sobre Irán. ¿Es buenismo, estupidez o dogmatismo antioccidental?
Por un lado, es absoluta ignorancia y falta de responsabilidad. Por otro, es esa superioridad moral con la que alimentan su ego, diciéndonos: ‘yo te reconozco porque reconozco tu velo’, como si fuera un elemento folclórico del multiculturalismo. Y yo, como española, quiero que seas un servidor público, que hagas cumplir las leyes y que nos trates a todos por igual. El velo es un instrumento violento contra la esencia de la mujer. No concibo qué tipo de feminismo dicen defender.
De hecho, feministas árabes, como la argelina Wassyla Tamzali o la egipcia Nawal El Saadawi, consideran incompatibles el feminismo y el velo.
Son antagónicos. Porque tú, como feminista, no puedes aceptar vivir enterrada, ni que la mujer viva con miedo de ser un peligro para la moral. El velo te recuerda que tu presencia es una provocación, una llamada al desorden, y por eso tienes que taparte. Pero mi voz, mi pelo, mi cuerpo, no son una amenaza. La amenaza a la paz social es la estupidez política y la ignorancia.
A finales de los 80, con 14 años, usted escapó de su familia, dominada por un padrastro salafista, para evitar un matrimonio concertado. Dice, y resulta inquietante, que la situación ha empeorado para las chicas musulmanas. Hoy están más constreñidas.
Sí, es así. Huir de ese entorno, ya sea de un matrimonio forzoso o de la imposición de ciertos códigos, es ahora mucho más difícil, porque las coacciones y los mecanismos de control comunitario se han extendido. Hay jóvenes que ponen en riesgo su vida para poder crecer en libertad y desarrollar su identidad. Eso está sucediendo en España en el siglo XXI.
Los islamistas crean comunidades paralelas, guetos. Lo hemos visto en Francia y Bélgica, pero en España no se habla de ese asunto. ¿Estamos en riesgo de tener nuestros propios Molenbeek, donde no entra la policía, o es una exageración?
No es exagerado. Es más, ya tenemos nuestros Molenbeek. No lo digo por ser alarmista, porque lo último que requiere este debate es el alarmismo que esgrimen algunas fuerzas políticas. Pero tenemos nuestras sociedades paralelas. Tenemos barrios donde las mujeres no pueden entrar en los bares, donde tienen que cuidar el largo de su falda o con quién se paran a hablar. Donde las familias que no mandan a sus hijos a las actividades de refuerzo escolar de las organizaciones islamistas están mal vistas, porque prefieren la educación del infiel. Pensamos solo en el estallido violento, pero el problema real, cuando se habla de los Molenbeek o de las zonas don’t go, no es la criminalidad, sino el tejido social, empresarial y académico paralelo. Que tú y yo ahora no podamos ir a un bar en Figueras ni sentarnos en una terraza en Gerona, en tirantes, a tomarnos una caña. Eso es un problema. Y me pregunto dónde están ahí las feministas.
¿Son los políticos conscientes de todo eso?
Puedo decir con conocimiento de causa que el Gobierno tiene toda la información. Los políticos están en el debate simplista: unos dicen que estos son inmigrantes violentos que hay que devolver, y los otros siguen con el discurso paternalista. Y nadie aborda el problema real: que la sociedad está fragmentada, que hay una falta de sentimiento de pertenencia y de arraigo. Y que hay que trabajar en lo que yo llamo un marco común de ciudadanía, de apego y respeto a unas normas que nos hacen españoles: nuestra Constitución, nuestras leyes, nuestras instituciones. Cuando la extrema derecha dice que estos son yihadistas llegados en patera, se equivoca. No son inmigrantes: son españoles, nietos de españoles. Empecemos a hablar desde esa perspectiva. Las niñas que van con hiyab, las que no se atreven a hablar cuando pasan delante de una mezquita, son españolas. Pero este debate está censurado en la agenda política y tapado por elo no a la inmigración, como origen de todos los males. No tenemos la madurez ni la capacidad de pensar en una estrategia a largo plazo. Es decir, qué sucederá dentro de 10 años, cuando podamos votar, como ha sucedido en Francia, a un partido islamista dirigido por un salafista.
Macron anunció el combate contra lo que llama «separatismo islamista». ¿Qué opina de la iniciativa?
Han tomado conciencia porque hay injerencias políticas importantes de grupos integristas en municipios franceses. Son medidas necesarias, pero llegan tarde. El separatismo islamista ya tiene unas estructuras muy consolidadas. Hemos hecho frente al yihadismo armado, pero no a la yihad del pensamiento, a la yihad intelectual, que se infiltra en las escuelas, en los espacios comunitarios, en el ocio cultural... Cuando han empezado a hacer intervenciones en ciertos colegios, a revisar los temarios y los libros, los agentes policiales y educativos se han encontrado en medio de una guerra. Es una batalla a largo plazo y espero que dé resultado. Pero va a costar muchísimo.
En España hay unas 1.500 mezquitas, desde las grandes que financia Arabia Saudí, hasta oratorios de barrio sin control. No hay un censo de imanes.
Tanto la Administración como los españoles musulmanes deberían exigir este control. Salvo cuatro o cinco mezquitas, todos los lugares de culto son espacios de activismo sociopolítico (ojo, no yihadista, eso hay que dejarlo claro). Ahí se dan clases paralelas a la escuela formal y se organiza el ocio. El Islam regula todos los ámbitos de la vida. Y es necesario que los musulmanes españoles entiendan que estamos amparados por una ley, la Constitución, que nos garantiza esa libertad de culto.
En general, se habla de Cataluña como núcleo del problema. En todo caso, ¿hay otros?
Sí, Cataluña ha sido el foco porque su inmigración, tradicionalmente de origen musulmán, ha sido más fácil de captar. Y luego también por su cercanía con Francia. Pero Valencia es un punto preocupante, yo diría que en la misma medida que Cataluña. En el País Vasco también hay un foco salafista importantísimo. Ceuta y Melilla, por su proximidad con Marruecos, ofrecen referentes políticos y culturales que son un punto de equilibrio, y podrían haber servido de guía, pero se han impuesto los mantras xenófobos e islamistas.
¿Ha tenido alguna influencia la política separatista catalana en el crecimiento del integrismo?
Sin duda. El islamismo sabe aprovechar muy bien las fisuras en las democracias occidentales. En Cataluña, las organizaciones que pertenecen a la red del dawa, el proselitismo, han sacado partido de las brechas abiertas por el independentismo. Y, al mismo tiempo, los independentistas han tejido alianzas con líderes integristas. Ellos han dado alas y autoridad moral a los salafistas. Los han convertido en interlocutores de una supuesta comunidad. Es un juego perverso, y la factura no la pagan los catalanes de pedigrí, sino los de los barrios, a los que ellos no ven como catalanes. Cuando llega el político y están las cámaras, estos líderes salafistas salen sonrientes hablando de democracia. Sacan a pasear a las mujeres y las exhiben como ganado. Cuando desaparecen los focos, cuando el político vuelve a su despacho, el control, la mano dura y la violencia islamista es lo que impera.
Hace poco, reprochaba a Yolanda Díaz que posara con los directivos de CoopHalal, una organización de servicios financieros marroquí vinculada a los Hermanos Musulmanes. Pero esa foto fue tomada en un foro de finanzas islámicas organizado por una prestigiosa fundación madrileña.
Sí, claro, son profesionales y aprovechan todos los espacios. La banca islámica sigue la sharía y no cobra intereses por sus préstamos. Es una idea muy romántica, pero la persona que dirige esta organización, Najia Lotfi, ha sido diputada islamista en Marruecos, del Partido de la Justicia y el Desarrollo, y ha dicho que la crisis del 2008 fue enviada por Alá por no seguir los preceptos. Este caso es el claro ejemplo de lo que conlleva hacer frente al islamismo. Hay muchas formas de infiltración, y lo que hay detrás de esta banca islámica es un paso más en la construcción de esa sociedad paralela en Europa.
Da la impresión de que Marruecos ha logrado mantener hasta ahora a raya al islamismo, aunque ganaron dos elecciones y han llegado a gobernar.
Sí, porque hay un sector de la sociedad consciente de la amenaza del «oscurantismo», como ellos lo llaman, y le hacen frente con el refuerzo de instituciones importantes, sobre todo, la monarquía. No verás a ninguna mujer de la Casa Real con hiyab, salvo en algún momento puntual. Yo tengo relación con organismos y grupos de la sociedad marroquí, y les parece aberrante que aquí se dé autoridad moral a ciertas corrientes y a conductas inaceptables. En el Centro de Arte Contemporáneo de Barcelona, unas organizaciones islámicas hicieron un evento en el que las mujeres y los hombres se sentaban separados. Eso en Marruecos no se permite. Ese es el activismo al que yo apelo.
Por su experiencia, como antigua menor tutelada y como trabajadora social con menores tutelados, ¿qué opina de la gestión de la actual crisis de los menores no acompañados, con llegadas descontroladas y su reparto azaroso por la península?
Lo que vivimos es la consecuencia de la indiferencia que ha habido en política migratoria. Un menor necesita protección y, actualmente, el sistema de protección está roto. Igual que llegan menores en patera, tenemos menores autóctonos pendientes de ser tutelados: hay expedientes abiertos, en espera de una resolución que no se ejecuta. Por otro lado, volvemos con la lectura paternalista: son menores, tenemos que protegerlos. Yo me pregunto: ¿las instituciones pueden sustituir a una familia? ¿Podemos aceptar que nos lleguen chicos cuyos padres los lanzan para que sirvan de puente, de modo que luego vaya detrás la familia? Se están aprovechando de los jóvenes, pero no solo quienes los envían: también los que aquí se llenan la boca con la acogida. Marruecos tiene una responsabilidad, y debe cumplir sus leyes de protección de menores.
Francia, de hecho, está negociando con Marruecos para que asuma esas responsabilidades y se ocupe de los menores 'in situ'.
No hay mayor protección para un menor que crecer en su entorno. Yo he vivido en un centro, he trabajado en un centro y no es el lugar ideal. No hay permiso de residencia ni tutela administrativa que pueda suplir todo lo que da el abrazo de una madre, el calor de un hogar, el estar en tu entorno. Y si vienen de hogares rotos, los protegemos y curamos. No se les trasplanta.
¿Retomó el contacto con su madre, con su familia?
Es complicado. Piensa que yo fui una niña repudiada, y el repudio sigue. Mi activismo no facilita las cosas. Mi madre ha sido la primera víctima del islamismo, del que yo he podido escapar. Pero siempre será mi madre.

DNI

Nació en Barcelona, en 1974, hija de inmigrantes marroquíes. En 1997 creó la asociación Punt de Referència, de acompañamiento a jóvenes sin familia.

Ha colaborado en la lucha contra el yihadismo. Es analista del área de estudios islámicos del Grupo de Estudios Estratégicos y autora de Coraje, el precio de la libertad (Sekotia, 2024).